Caminaba con paso sereno por las calles de la sucia ciudad europea. Miraba a un lado a otro ensayando muy bien cuál iba a ser su coreografía una vez saliera a la avenida principal: paso firme, decisión en el torso, mirada firme y segura, hombros y espalda rectos. Era consciente de que en ese baile sombrío se la jugaba; se jugaba ser otra vez quien era.
El mar volvía a ser su confidente y el oleaje tras de sí formaba mantos de espuma que susurraban en un idioma que solo él descifraba. "Ahora... ahora... ahora... es el momento de volver... a casa...". No tenía la intención de traicionar a su fiel amigo. Esta vez no, ya lo hizo en el pasado y no estaba dispuesto a volver a hacerlo.
Su paso se dirigía hacia luces extrañas que revoloteaban a color extenso. Luces que creaban sinuosas sombras que fornicaban con el mobiliario urbano en una orgía desenfrenada y lasciva. Porque la lascivia era el gran pecado de esa sucia y asquerosa ciudad. La puta de Europa, como la llamaban. Y el mar clamaba su venganza sobre esa urbe de pecados infinitos que eyaculaba en las playas vejando la santidad de las aguas marinas.
Seguía avanzando y en la esquina iluminado, se le vio entero. El caballero gris se plantó en esa esquina esperando unos segundos de expectativa y se dispuso a caminar tal y como había practicado. Con unos pantalones ceñidos y oscuros, camisa negra y gabardina gris abierta, representaba el luto de un mar por su constante violación. Armado con dos revólveres ceñidos al cinturón comenzó su baile sombrío.
El niño miraba por la ventana como un loco disparaba a diestro y siniestro a través de la avenida. las calles se teñían de rojo y los gemidos de antaño se volvieron gritos y sollozos. La lujuria pasó a ser tristeza en un bang y la oscuridad era escarlata. Abrió bien los ojos, su niñez se tornó infame en ese momento. Y percibió el olor de la muerte.
El mar quedó contento, mucho más abajo. Las playas teñidas de sucio blanco, ahora estaban pintadas de carmín. De suculento malva. Y el rugido de las olas se elevó sobre los llantos de los cadáveres.
Que talento!
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