lunes, 24 de marzo de 2014

La noche



Víctor era un chico muy especial. Quizá era el único niño que dormía tranquilo y sin miedo durante la oscura noche. Los padres del pequeño Víctor no tenían que batallar con él para acostarlo a solas en su habitación. A diferencia de otros niños, siempre con ese miedo innato a la oscuridad de la noche, Víctor se sentía seguro en ella: La oscuridad era su amiga y el sonido del aire en las noches de invierno lo mecía y lo adormecía. Sí, Víctor no tenía miedo a la noche. Era un chico especial, tan especial como fue su nacimiento.
 El día en que Víctor vino al mundo, el sol relucía espléndido y los pájaros  entonaban sus trinos como coloridas ondas melódicas. La primavera estaba en su esplendor y los niños jugueteaban por las calles seguidos por cometas que volaban en el cielo. Todo fue a pedir de boca: un parto tranquilo y sin complicaciones. Sin embargo, en cuanto los padres del pequeño Víctor lo quisieron llevar a casa, se encontraron con un problema: Víctor, nada más salir por la puerta del hospital y ser tocado por los rayos del sol, comenzó a llorar de dolor y de miedo, auténtico miedo.
"¿Qué le pasa?", se preguntaban angustiados unos padres que no comprendían los llantos del niño. Todo era perfecto, todo era ideal: un buen clima, mucha claridad y unos padres primerizos que eran todo amor. Lo que ellos no sabían es que el pequeño Víctor tenía miedo al día, a la luz y al sol. Lo descubrieron con el paso del tiempo al ver que su pequeño dormía y estaba tranquilo en la oscuridad.  En la noche sonreía feliz, mientras que cuando salía el sol, se aferraba con furia a su mantita escondiéndose y manando agüita de sus ojillos azules.
"A los niños no les gusta la oscuridad, a todos les da miedo", pensaba la pobre madre desconsolada porque su niño no temía a la noche, sino al día. Ella estaba preparada para proteger a su hijo de la noche, pero, ¿cómo proteger a alguien del día? Y solo se le ocurrió una manera: ella sabía que a los niños hay que dejarlos en su habitación por las noches y calmarlos para que se les quitara el miedo a la oscuridad; así que preparó un buen cuento y se decidió a sacar a pasear a su pequeño al parque a pleno sol. 
"Hoy hace un día precioso y no hace frío. Espero que esto le ayude" pensaba la madre mientras colocaba a Víctor en su carrito a oscuras en su casa. Abrió la puerta que da a la calle y dio unos pasos. El pequeño empezó a sollozar levemente en cuanto percibió el solo reflejo del sol en los azulejos de la entrada. La mujer cerró los ojos, tragó saliva y se decidió a llevar a cabo su plan.
Ya completamente fuera de la casa echó a andar con el carrito hacia el parque. Y Víctor ya no sollozaba, sino que lloraba a pleno pulmón. Era un llanto desgarrador muy agudo. El miedo se clavaba en sus ojos azules con una mirada de auténtico terror. Aún no hablaba, aunque pronunciaba algunas palabras: "no, mami, no" se podía escuchar de sus pequeños labios. La pobre madre estaba angustiada, pero sabía como tantos otros padres que el paso era necesario. "En seguida se calmará" se repetía la mujer. Sacó el libro de cuentos y empezó a leer: "érase una vez...".
Pero el pequeño, lejos de calmarse, aún lloró y gritó más fuerte. Su terror era tal que incluso parecía que se estaba quemando bajo el sol. Rojita la piel, los ojos encendidos y sus manitas aferradas a la mantita, parecía que en realidad el sol lo mataba. Y su madre se asustó de verdad. Dejó el libro de cuentos y se dispuso a abrazarlo sin notar ningún cambio. Desconsolada imploró auxilio aunque no sabía bien a quién porque estaba sola. Y entonces ocurrió el milagro.
La noche había estado protegiendo y mimando a Víctor en la distancia del cielo. Oía sus quejidos y le susurraba canciones en la oscuridad. En el aire ponía la noche su voz y con él llegaban a los oídos del pequeño Víctor los cuentos y las nanas. Ella lo protegía igual que lo hacía su mamá. Y cuando oyó llorar de esa manera al pequeño y a su madre, no pudo aguantar sus ganas de bajar a la Tierra. Y se presentó con su vestido negro en el parque donde se encontraban. Tocó al pequeño y le dio una capita de protección: su piel se tornó del color de la noche y sus ojos, antes del tono del mar, ahora eran dos avellanas. Y Víctor, con este escudo dejó de temer al día.
La noche nos protege a todos con su oscuridad, para que no nos vean los temibles monstruos que pueblan el mundo. También nos permite soñar y con el aire que a veces nos asusta cuando se cuela en las ventanas, nos cuenta cuentos y canciones. No hay que temerla, como no hay que temer al día. Por eso, la noche a aquellos niños que tienen miedo de la luz, les da su capa de color oscuro. Y así esos niños no tendrán jamás miedo del día ni de la noche.

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