Víctor era un chico muy especial. Quizá era el
único niño que dormía tranquilo y sin miedo durante la oscura noche. Los padres
del pequeño Víctor no tenían que batallar con él para acostarlo a solas en su
habitación. A diferencia de otros niños, siempre con ese miedo innato a la
oscuridad de la noche, Víctor se sentía seguro en ella: La oscuridad era su
amiga y el sonido del aire en las noches de invierno lo mecía y lo adormecía. Sí,
Víctor no tenía miedo a la noche. Era un chico especial, tan especial como fue
su nacimiento.
El día en que Víctor vino al mundo, el sol
relucía espléndido y los pájaros entonaban sus trinos como coloridas
ondas melódicas. La primavera estaba en su esplendor y los niños jugueteaban
por las calles seguidos por cometas que volaban en el cielo. Todo fue a pedir
de boca: un parto tranquilo y sin complicaciones. Sin embargo, en cuanto los padres
del pequeño Víctor lo quisieron llevar a casa, se encontraron con un problema:
Víctor, nada más salir por la puerta del hospital y ser tocado por los rayos
del sol, comenzó a llorar de dolor y de miedo, auténtico miedo.
"¿Qué le pasa?", se preguntaban
angustiados unos padres que no comprendían los llantos del niño. Todo era
perfecto, todo era ideal: un buen clima, mucha claridad y unos padres
primerizos que eran todo amor. Lo que ellos no sabían es que el pequeño Víctor
tenía miedo al día, a la luz y al sol. Lo descubrieron con el paso del tiempo
al ver que su pequeño dormía y estaba tranquilo en la oscuridad. En la noche sonreía feliz, mientras que
cuando salía el sol, se aferraba con furia a su mantita escondiéndose y manando
agüita de sus ojillos azules.
"A los niños no les gusta la oscuridad, a
todos les da miedo", pensaba la pobre madre desconsolada porque su niño no
temía a la noche, sino al día. Ella estaba preparada para proteger a su hijo de
la noche, pero, ¿cómo proteger a alguien del día? Y solo se le ocurrió una
manera: ella sabía que a los niños hay que dejarlos en su habitación por las
noches y calmarlos para que se les quitara el miedo a la oscuridad; así que
preparó un buen cuento y se decidió a sacar a pasear a su pequeño al parque a
pleno sol.
"Hoy hace un día precioso y no hace frío. Espero
que esto le ayude" pensaba la madre mientras colocaba a Víctor en su
carrito a oscuras en su casa. Abrió la puerta que da a la calle y dio unos
pasos. El pequeño empezó a sollozar levemente en cuanto percibió el solo
reflejo del sol en los azulejos de la entrada. La mujer cerró los ojos, tragó
saliva y se decidió a llevar a cabo su plan.
Ya completamente fuera de la casa echó a andar
con el carrito hacia el parque. Y Víctor ya no sollozaba, sino que lloraba a
pleno pulmón. Era un llanto desgarrador muy agudo. El miedo se clavaba en sus
ojos azules con una mirada de auténtico terror. Aún no hablaba, aunque
pronunciaba algunas palabras: "no, mami, no" se podía escuchar de sus
pequeños labios. La pobre madre estaba angustiada, pero sabía como tantos otros
padres que el paso era necesario. "En seguida se calmará" se repetía
la mujer. Sacó el libro de cuentos y empezó a leer: "érase una
vez...".
Pero el pequeño, lejos de calmarse, aún lloró y
gritó más fuerte. Su terror era tal que incluso parecía que se estaba quemando
bajo el sol. Rojita la piel, los ojos encendidos y sus manitas aferradas a la
mantita, parecía que en realidad el sol lo mataba. Y su madre se asustó de
verdad. Dejó el libro de cuentos y se dispuso a abrazarlo sin notar ningún
cambio. Desconsolada imploró auxilio aunque no sabía bien a quién porque estaba
sola. Y entonces ocurrió el milagro.
La noche había estado protegiendo y mimando a
Víctor en la distancia del cielo. Oía sus quejidos y le susurraba canciones en
la oscuridad. En el aire ponía la noche su voz y con él llegaban a los oídos
del pequeño Víctor los cuentos y las nanas. Ella lo protegía igual que lo hacía
su mamá. Y cuando oyó llorar de esa manera al pequeño y a su madre, no pudo
aguantar sus ganas de bajar a la Tierra. Y se presentó con su vestido negro en
el parque donde se encontraban. Tocó al pequeño y le dio una capita de
protección: su piel se tornó del color de la noche y sus ojos, antes del tono
del mar, ahora eran dos avellanas. Y Víctor, con este escudo dejó de temer al
día.
La noche nos protege a todos con su oscuridad,
para que no nos vean los temibles monstruos que pueblan el mundo. También nos
permite soñar y con el aire que a veces nos asusta cuando se cuela en las
ventanas, nos cuenta cuentos y canciones. No hay que temerla, como no hay que
temer al día. Por eso, la noche a aquellos niños que tienen miedo de la luz,
les da su capa de color oscuro. Y así esos niños no tendrán jamás miedo del día
ni de la noche.
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